Es difícil sentirse orgulloso de algo a lo que se está acostumbrado. Normalmente sientes orgullo por las cosas que logras, por cosas que no solías tener o hacer, pero que al final del camino, alcanzaste.
Pero si estás acostumbrado a lo bueno, ¿Qué puede causarte orgullo? ¿Lograr lo malo? Me asusta pensar que así sea.
Sueños: Una realidad sin consecuencias
domingo, 3 de abril de 2011
martes, 8 de febrero de 2011
Humanidades
12:30. La clase no ha empezado, no me preocupa, no la espero, no la quiero.
Por algún motivo esta clase me provoca una predisposición de: wooow que flojera! No lo hago apropósito, no es algo deliberado, simplemente pasa.
El hecho de hablar de cosas que me intimidan por ser inabarcables a mi pleno entendimiento y conocimiento, me inquieta. Puedo asegurar que creo en Dios, no puedo dar un porqué. Puedo asegurar que existe el bien y existe el mal, no puedo dar parámetros para determinar qué es bueno y qué es malo. Puedo decir que no estoy de acuerdo con el aborto, no puedo justificar el porqué no hacerlo. Puedo estar segura de quien soy, al explicarlo sufro una crisis existencial. Puedo saber exactamente lo que quiero, no puedo exteriorizar mis razones.
Tal vez no esté bien, pero nunca he sentido la necesidad de justificar oralmente mis convicciones. Nunca me ha parecido prioridad convencer a la gente de compartir mi pensar o sentir, ni siquiera me ha preocupado que se enteren. Solo escuchando a mis compañeros me doy cuenta que realmente me gustaría tener esa habilidad.
Cuando lo pienso, me doy cuenta que tal vez es eso lo que me tiene aquí; en esta escuela, en esta carrera. Siempre pensé que los psicólogos estudian psicología porque nunca lograron entenderse a ellos mismos. Me parece que esta fórmula aplica también a mi situación.
La clase terminó. Comentarios, posturas, creencias, convicciones; no mías. Tengo que hablar, hay tantas cosas que decir, puedo hacerlo, quiero hacerlo.
Aún no es jueves, la clase no ha empezado, me preocupa, la espero, la quiero.
lunes, 7 de febrero de 2011
:)
-¡¿Dónde pasaste la noche?! ¡Ve como vienes Graciela!
- ¡De esta casa no vuelves a salir en su coche!
Graciela caminó hasta su cuarto con una indisimulable expresión de impotencia y tristeza en su rostro, su andar era desganado como si hubiera acabado de sostener una batalla donde ella resultó derrotada. Parecía ni siquiera escuchar a sus padres, parecía ignorar esas palabras limitantes, esos regaños. Recorrió con ese semblante toda la extensión de su casa, hasta que por fin se halló frente a la puerta de su recamara, la miró como si esa puerta le abriera caminos hacia lugares donde podía sanar su alma, la miró como quien mira un oasis dentro el desierto, y casi como un aliciente giró la perilla de aquella puerta.
- ¡De esta casa no vuelves a salir en su coche!
Graciela caminó hasta su cuarto con una indisimulable expresión de impotencia y tristeza en su rostro, su andar era desganado como si hubiera acabado de sostener una batalla donde ella resultó derrotada. Parecía ni siquiera escuchar a sus padres, parecía ignorar esas palabras limitantes, esos regaños. Recorrió con ese semblante toda la extensión de su casa, hasta que por fin se halló frente a la puerta de su recamara, la miró como si esa puerta le abriera caminos hacia lugares donde podía sanar su alma, la miró como quien mira un oasis dentro el desierto, y casi como un aliciente giró la perilla de aquella puerta.
Ya adentro de su cuarto y con la puerta asegurada contra sus padres, se recostó en su cama, miró el techo por horas. Si alguien le hubiera pedido en ese momento una representación del cielo de su cuarto, Graciela hubiera podido hacer una réplica exacta. Después de horas de memorizar el techo se incorporó y casi como si le fuera imposible se sentó y tomó el teléfono.
-Perdón por llamar, sé que dijiste que es mejor así, pero… no puedo concebir que ésta fue la última noche, ¡no puedo!
- Entiende Graciela, ya no puedo con esto, por favor deja las cosas como están, es mejor que quede como el mejor de los recuerdos.
- ¡No! Yo no quiero que seas un recuerdo… yo… yo te amo. La voz de Graciela se quebró al pronunciar estas palabras, lágrimas pesadas rodaron sobre sus blancas mejillas. Pero la voz detrás del teléfono siguió.
- Por favor Graciela, tenemos demasiadas cosas que perder, me perfora el alma obligarme a olvidarte pero nos hace daño seguir amándonos. La voz detrás del teléfono también sonaba derrotada, también sonaba quebrada.
- Lo que vale la pena cuesta, lo sabes. Ya hemos soportado tanto, podemos luchar un poco más.
- No Graciela, yo ya no puedo… y ya no quiero seguir haciéndote mal… Adiós.
Graciela ya no escucho sonido alguno del otro lado del teléfono. Se quedó sola, sentada en su cama acompañada solamente de su propio reflejo proveniente del espejo que colgaba en su pared justo en frente suyo. Se miró y vio su rostro de tez pálida cubierto de agua salada, observó su cabellera negra tan distintivamente revuelta como siempre, miró la juventud de su cuerpo que recién alcanzaba la mayoría de edad, y lo único que pudo hacer fue cubrirse la cara con las manos, probablemente no quería verse mas en ese estado, ella que siempre había sido una joven fuerte, una joven imponente, una joven feliz. Su almohada fue el hombro donde Graciela lloró hasta quedarse dormida ese día.
-Perdón por llamar, sé que dijiste que es mejor así, pero… no puedo concebir que ésta fue la última noche, ¡no puedo!
- Entiende Graciela, ya no puedo con esto, por favor deja las cosas como están, es mejor que quede como el mejor de los recuerdos.
- ¡No! Yo no quiero que seas un recuerdo… yo… yo te amo. La voz de Graciela se quebró al pronunciar estas palabras, lágrimas pesadas rodaron sobre sus blancas mejillas. Pero la voz detrás del teléfono siguió.
- Por favor Graciela, tenemos demasiadas cosas que perder, me perfora el alma obligarme a olvidarte pero nos hace daño seguir amándonos. La voz detrás del teléfono también sonaba derrotada, también sonaba quebrada.
- Lo que vale la pena cuesta, lo sabes. Ya hemos soportado tanto, podemos luchar un poco más.
- No Graciela, yo ya no puedo… y ya no quiero seguir haciéndote mal… Adiós.
Graciela ya no escucho sonido alguno del otro lado del teléfono. Se quedó sola, sentada en su cama acompañada solamente de su propio reflejo proveniente del espejo que colgaba en su pared justo en frente suyo. Se miró y vio su rostro de tez pálida cubierto de agua salada, observó su cabellera negra tan distintivamente revuelta como siempre, miró la juventud de su cuerpo que recién alcanzaba la mayoría de edad, y lo único que pudo hacer fue cubrirse la cara con las manos, probablemente no quería verse mas en ese estado, ella que siempre había sido una joven fuerte, una joven imponente, una joven feliz. Su almohada fue el hombro donde Graciela lloró hasta quedarse dormida ese día.
Cuando sus párpados húmedos volvieron a abrirse, Graciela miró a su alrededor, se acercó a su ventana y observó la luz tenue de la mañana, al ver tan hermoso día, su rostro dejó escapar una pequeña sonrisa, pero a los pocos segundos un gesto de extrañeza se dibujo en él, parecía recordar que se había quedado dormida el día anterior justo alrededor de las horas a las que ahora despertaba, ignoró la situación y solo rió de manera picara. Graciela, por alguna razón, despertó con un gesto de felicidad y paz en ella esa mañana, como si lo sucedido el día anterior no le hubiera afectado, como si un ente de alegría se hubiera apoderado de ella. Se quedó recostada sonriente en su cama mirando de nuevo el techo de su cuarto, su techo. Un fuerte ruido, la saco de su contemplación, era el teléfono. Apresurada contestó.
-¿¡Bueno!?... No, no tengo nada que perdonarte… ¿en serio?... ya salgo, espérame.
Graciela corrió hacia su closet, tomó la primera muda de ropa que vio, corrió a su baño a mojarse la cara, y ya de salida se miró unos segundos en su espejo, se sonrió como satisfecha de ella misma y salió valiente a recorrer todo ese camino hasta la salida de su casa. Mientras caminaba sonriente, escuchaba los ya conocidos gritos de sus papás, y sin embargo, no dejó de sonreír. Por fin se encontraba en la salida, desesperada abrió la puerta y ahí estaba, el mismo coche en el que le habían prohibido subirse justo antes de su largo sueño. La sonrisa de Graciela se hizo tan grande, como cada vez que veía ese auto, como cada vez que el amor la iba a buscar en ese vehículo viejo, rojo de óxido. Corrió hasta él ignorando los regaños y gritos, corrió sin importarle las amenazas de que a su regreso le esperaban reprensiones, castigos y demás, simplemente corrió. Un quemón de llantas dejó atrás aquella casa de Graciela.
Ya en el coche, se dibujó una historia completamente distinta.
Un par de labios gruesos, de un suave rojo recibieron a Graciela, inundando su boca con un sinfín de besos. Ese día aumentaron muchos kilómetros a la colección que llevaban varios meses alimentando, a la colección de carreteras, la colección de lugares, la colección de amor.
Su primer destino fue una pequeña playa cercana a la ciudad. Al llegar, inmediatamente buscaron ese pequeño espacio que ya habían adoptado como suyo, se tiraron en la arena a platicar, a reír, a mirar a la gente, a disfrutarse, a mirarse y con cada mirada enamorarse más.
Ese día recorrieron sin parar todos los lugares que ya estaban en su colección, y descubrieron además dos o tres nuevos, igual de mágicos.
Ya empezaba a oscurecer y fueron a uno de sus lugares favoritos, era una gran extensión de pasto, detrás de unos cerritos junto a la carretera. La puesta de sol parecía una explosión de colores en ese lugar.
-Amo estar aquí, amo estar en este lugar contigo- La voz de Graciela ahora estaba llena de ilusión, llena de felicidad.
- Ojalá pudiéramos estar siempre aquí, ojalá pudiera tenerte siempre así Graciela, no sabes cuánto lo he soñado, cuanto lo he deseado.
- Siempre estaremos así, te lo prometo, jamás dejare que alguien vuelva a decirnos que lo que sentimos es incorrecto, ignorare a cualquiera que intente convencernos de que esto no está bien, y si en algún momento te vence el peso de los demás ahí estaré para recordarte que te amo, para recordarte que todo el sufrimiento lo vale, jamás te dejare dudar, jamás dejare que me separen de ti, Lucía. Nunca.
Los ojos de miel de Lucía se aguaron, haciéndoles par a los de Graciela.
- Yo… yo también te amo Graciela pero a veces soy débil ante los comentarios, las miradas, pero se que puedo ser valiente, y también que te tendré para apoyarme- Una sonrisa contrastante con los ojos llorosos de Lucia, se dejó ver en su rostro.
Ninguna de las dos podía disimular su felicidad, ambas lucían tan felices cual niño en un parque.
Esa puesta de sol fue testigo del intenso amor que aquellas jóvenes mujeres se tenían, de un amor tan puro como el blanco, y tan pasional como el rojo, durante todo lo que duró aquella explosión de colores se recorrieron de pies a cabeza, se amaron de una forma que daba envidia y se prometieron nunca dejar de hacerlo.
De camino al auto, Graciela sintió en el cuerpo un vértigo muy extraño, como si estuviera cayendo de las alturas más temibles, como si el estomago le viajara hasta la garganta. Abrió los ojos, estaba de nuevo en su cama, estaba de nuevo debajo de ese su techo que ya se sabía de memoria.
En ese momento su rostro reflejo el vacío de su alma, como si de pronto le hubieran quitado todo lo que tenía, Graciela miró a su ventana viendo volar a decenas de aves regresando a sus nidos, más o menos a las 6 de la tarde y así comprobó que todo había sido un sueño, sólo un sueño. Pero entonces, alguna idea en su cabeza cambió el semblante de su cara, se levantó de su cama y buscó su reflejo en el espejo, se miró, sonrió cual luna menguante y se dijo en voz alta, como haciendo un juramento solemne o una oración a alguna divinidad:
-Los sueños no son solo sueños, los sueños son una realidad tan tuya, que nadie puede alterarla, esbozos de vida un tanto absurdos en ocasiones, pero que a veces son los planos ideales de lo que está por construirse. Por eso Graciela, nunca te dejaras vencer antes de vivir tus sueños, y nunca dejaras de soñar, para tener siempre algo por que luchar.
Graciela tomó una gran bocanada de aire, como dándose valor y sonrió aún con más fuerza. Esa tarde se arregló cual princesa de cuento, y con el porte más seguro que jamás se había visto en ella, dejo atrás aquella puerta de su oasis para enfrentarse erguida ante su mundo.
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