12:30. La clase no ha empezado, no me preocupa, no la espero, no la quiero.
Por algún motivo esta clase me provoca una predisposición de: wooow que flojera! No lo hago apropósito, no es algo deliberado, simplemente pasa.
El hecho de hablar de cosas que me intimidan por ser inabarcables a mi pleno entendimiento y conocimiento, me inquieta. Puedo asegurar que creo en Dios, no puedo dar un porqué. Puedo asegurar que existe el bien y existe el mal, no puedo dar parámetros para determinar qué es bueno y qué es malo. Puedo decir que no estoy de acuerdo con el aborto, no puedo justificar el porqué no hacerlo. Puedo estar segura de quien soy, al explicarlo sufro una crisis existencial. Puedo saber exactamente lo que quiero, no puedo exteriorizar mis razones.
Tal vez no esté bien, pero nunca he sentido la necesidad de justificar oralmente mis convicciones. Nunca me ha parecido prioridad convencer a la gente de compartir mi pensar o sentir, ni siquiera me ha preocupado que se enteren. Solo escuchando a mis compañeros me doy cuenta que realmente me gustaría tener esa habilidad.
Cuando lo pienso, me doy cuenta que tal vez es eso lo que me tiene aquí; en esta escuela, en esta carrera. Siempre pensé que los psicólogos estudian psicología porque nunca lograron entenderse a ellos mismos. Me parece que esta fórmula aplica también a mi situación.
La clase terminó. Comentarios, posturas, creencias, convicciones; no mías. Tengo que hablar, hay tantas cosas que decir, puedo hacerlo, quiero hacerlo.
Aún no es jueves, la clase no ha empezado, me preocupa, la espero, la quiero.